Paola era una hermosa venezolana con curvas voluptuosas y piel morena. Un día, su amigo Mateo, un apuesto español, la invitó a pasar un día a solas en un descampado alejado de la ciudad. Paola sabía exactamente a qué se refería con «un día a solas».
Mateo y Paola llevaban años siendo amantes, disfrutando de tardes locas en las que exploraban sin límites los placeres de la carne. Paola aceptó la invitación ansiosa por pasar un día entero complaciendo todos los deseos de Mateo, por oscuros que fuesen.
Llegaron al descampado en la mañana. El sol brillaba intensamente y el calor era sofocante, pero eso era exactamente lo que Mateo tenía en mente. Paola lo miró con ojos lascivos, y Mateo le devolvió la mirada con intensidad.
Sin mediar palabra, Mateo la besó apasionadamente, arrancándole la ropa y contemplando su cuerpo desnudo. Le encantó su piel morena y sus curvas provocativas. Se dejó caer de rodillas y comenzó a explorarla con la lengua, sacando gemidos de entre sus labios.
Paola gimió, extasiada. Luego Mateo la penetró profundamente, y los gritos de Paola se elevaron hasta el cielo azul. Las embestidas de Mateo fueron salvajes, explorando cada posición imaginable bajo el sol abrasador.
Exploraron sin límites los placeres de la carne, saciando todos los apetitos y descubriendo nuevas facetas del éxtasis. El clímax fue explosivo y múltiple. Mateo eyaculó dentro de ella una y otra vez, marcándola como suya. Los espasmos sacudieron el cuerpo de Paola, cautiva entre sus brazos.
Ese día loco los transformó para siempre. Habían cruzado líneas prohibidas y disfrutado de una lujuria desenfrenada como nunca antes. Nunca lo olvidarían.
Habían sido creados para saciar deseos oscuros, aunque fuera solo por un día. Un día que los unió en la pasión y nunca más los separó. Paola salió de allí marcada, su cuerpo llevando la huella de su encuentro salvaje bajo el sol.
