Camila era una hermosa venezolana de piel morena, curvas pronunciadas y ojos grandes y brillantes. A pesar de su apariencia de chica buena, Camila tenía un lado muy oscuro. Un día fue a una cita con el Dr. Martínez, su médico general y viejo amor platónico.
El Dr. Martínez era apuesto, de piel bronceada y mirada intensa. Siempre le había encantado atender a Camila, perdida en sueños eróticos mientras la exploraba. Camila ya había pasado por su consulta con la excusa de dolores imaginarios, solo para pasar un rato a solas con él.
Ese día, Camila fingió mareos y dolores de cabeza con la clara intención de seducir al Dr. Martínez. Él la examinó preocupado, palpando y acariciando su piel con las manos disfrazadas de médico. Camila gimió, extasiada con sus caricias.
El Dr. Martínez mordió el anzuelo, dominado por la lujuria que llevaba conteniendo desde la primera consulta. La besó apasionadamente, despojándola de la bata de hospital y contemplándola embelesado. Estaba hermosísima.
Se dejó caer de rodillas y comenzó a explorar el cuerpo de Camila con la lengua, saboreando cada centímetro de su piel. Camila gimió, mariposas revoloteando en su estómago. Luego la penetró profundamente, sacudiendo el mundo de Camila.
Sus embestidas fueron salvajes y frenéticas, explorando cada posición imaginable sobre el escritorio. Exploraron sin límites los placeres de la carne, descubriendo nuevas facetas del éxtasis. El clímax fue explosivo. Él eyaculó dentro de ella, llenándola de satisfacción. Camila alcanzó el orgasmo casi simultáneamente, sacudiéndose entre sus brazos.